Familia y trabajo: ¿conciliar o equilibrar?
Hace tiempo escribí sobre la modernidad que rige el pensamiento actual y que da luz y orienta, queriéndolo o no, nuestras acciones. El prisma sobre el que me enfoco hoy es la fragmentación entre la familia y el trabajo, que caracteriza a la modernidad y a la posmodernidad.
En la modernidad y la posmodernidad, la influencia cartesiana, que otorga primacía al modelo científico-matemático, ha dado lugar, entre otros temas, a la separación entre ciencia y sabiduría, originando el cientificismo; y la separación entre política y moral, cuya paternidad está en Maquiavelo, con quien la política separa bienes y valores, y lo políticamente correcto deja de relacionarse con la corrección moral. La antropología y la economía se distancian, el valor del hombre se vincula con los resultados, el hacer, el homo economicus. Esta dicotomía del hombre ha originado muchos de los efectos, como la escisión del sujeto en dos partes: res cogitas y res extensa; y la noción de que el hombre piensa separado del alma. Esta separación, que el buen Descartes trata de corregir barrocamente con un brinco a lo sobrenatural, ocasiona finalmente muchas fisuras.
Me detengo hoy en la fragmentación entre trabajo y familia, que se ha estudiado mucho desde la visión de la empresa, la familia, la equidad y la sociología. Entre los enfoques que existen, destaco un par: Peter Drucker, consultor y académico, afirma que la crisis es respuesta del revolucionario cambio de la industrialización, que quebró el equilibrio en el que se movían las familias y el trabajo, pues el trabajo encontraba su origen natural en el seno familiar. Por su parte, el empresario Brian Roberts, encuentra la causa no en las empresas, sino, más bien, en la política familiar que tienen los gobiernos y en la concepción errada que Occidente tiene del trabajo.
Hay muchas teorías y perspectivas. Entre todas, quiero detenerme en el estudio del tema desde la integralidad de la persona, desde la unidad de la persona que es en sí misma relacional y, por lo tanto, familiar y social. Mi ofrecimiento es volver a la centralidad de la persona para poco a poco ir revitalizando la riqueza de ambos ámbitos. En la Encíclica Laborem Exercens, Juan Pablo II desarrolla este tema desde una perspectiva antropológica y del bien del hombre. Me permito extraer y parafrasear tres ideas: En esta obra, Juan Pablo II explica, primeramente, que el trabajo es el fundamento de la familia o es la que hace posible a la familia, por lo que entre las nociones existe una enorme compenetración.
Por otra parte, afirma que el trabajo no se limita a dar medios materiales que permiten la supervivencia, sino que condiciona el proceso de educación dentro de la familia, pues el trabajo es un medio a través del cual el hombre se educa y madura.
Por último, plantea que la familia es un referente importante sobre el cual debe formarse el orden socio-ético del trabajo. Es por este planteamiento de fondo que no me gusta hablar de conciliación entre familia y trabajo, porque alude a la existencia de un enfrentamiento. Prefiero referirme al equilibrio, pues son roles que se complementan: la familia enriquece a la institución laboral y el trabajo aporta a la persona y la familia.
Creo que las empresas deben valorar la familia como referencia básica de la sociedad, como creo que las familias han de impregnar el hogar de laboriosidad serena, de manera que sea cuna de futuros trabajadores. Esto nos lleva a un equilibrio y nos dibuja el círculo virtuoso que existe entre Familia-Trabajo- Sociedad.
Todos tenemos un rol en esto. Repensemos cómo reunificar la unidad esencial del hombre y cómo valientemente enfrentar las dicotomías que promueve nuestra época. Enfrentemos el reto de definir cómo volver a la primacía del hombre relacional y, por lo tanto, cómo hacer de la familia y el trabajo, esferas humanas de una sola y rica realidad, donde la una no se da sin la otra y donde ambos forjan personalidades enterizas.